Entre datos y decisiones: el rostro operativo ideal de la rectoría en salud
- Julio Alberto Martinez Cisneros
- 30 jul
- 2 Min. de lectura

En la arquitectura de los sistemas estatales de salud, las Direcciones Regionales constituyen una pieza clave cuya función excede por mucho la visión reduccionista que las asocia únicamente con actividades logísticas o la organización de ferias de salud. Estas direcciones son en realidad nodos estratégicos que operan como enlace directo entre el nivel central de los Servicios de Salud y las áreas operativas o microrregiones, movilizando capacidades técnicas, estadísticas, humanas y financieras que permiten articular la política pública con la realidad territorial.
Los reglamentos de los Servicios Estatales de Salud son claros al respecto: las regiones sanitarias tienen a su cargo la planeación, organización, ejecución y evaluación de los servicios de salud, así como la administración de los recursos humanos, materiales y financieros que se destinan a su circunscripción.
Estas atribuciones les otorgan una rectoría operativa sustantiva que no sólo ejecuta programas, sino que también construye evidencia y participa en la toma de decisiones estratégicas. En efecto, la obligación de captar, procesar y analizar la información estadística generada en su ámbito, y remitirla a las unidades correspondientes para fines de evaluación y control, demuestra que las regiones son el primer eslabón de un sistema de información basado en resultados. Esta lógica se complementa con lo dispuesto en otros artículos de dichos reglamentos, donde se faculta a las Direcciones Generales de Planeación a establecer los Sistemas de Información Estadística de los Sistemas Estatales de Salud. Sin regiones activas, este sistema simplemente no podría operar.
Aunado a lo anterior, las direcciones regionales desempeñan funciones de articulación intersectorial y participación comunitaria. Los reglamentos las faculta para integrar comités municipales y locales de salud, así como fomentar la participación de patronatos y sectores sociales,
fortaleciendo así la gobernanza territorial en salud.
Esta dimensión democrática es esencial para que la rectoría no se ejerza sólo desde los escritorios, sino también desde los territorios, con el conocimiento y el consenso de quienes habitan y gestionan la salud en lo cotidiano.
La vertiente administrativa y financiera tampoco es menor. Las regiones están mandatadas a ejecutar programas conforme a prioridades establecidas, supervisar servicios médicos y ajustar procesos cuando se identifiquen desviaciones. Esto les confiere un rol fundamental en la rendición de cuentas, la evaluación de desempeño y la mejora continua.
La descentralización operativa que representan las regiones sanitarias, en tanto órganos desconcentrados de los Servicios Estatales de Salud, responde a una lógica de eficiencia y pertinencia que ha sido ampliamente recomendada por organismos internacionales como la OPS, que sostiene que una rectoría eficaz requiere estructuras territoriales capaces de contextualizar las decisiones centrales (OPS, 2021). En ese sentido, las direcciones regionales no son una instancia intermedia ornamental, sino una expresión concreta de la rectoría estatal y municipal, cuyo éxito depende de su capacidad para articular programas verticales con necesidades locales, integrar información estadística confiable, coordinar actores institucionales y comunitarios, y ejercer responsablemente los recursos asignados. Comprender y fortalecer su función resulta indispensable para avanzar hacia un sistema de salud más oportuno, equitativo y orientado a resultados.
Referencias:
Organización Panamericana de la Salud. (2021). Fortalecimiento de la rectoría sanitaria en los servicios regionales. OPS/OMS.
World Health Organization. (2020). Decentralization in health systems: decision space, innovation and performance. WHO.



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