Salud en red: la promesa democrática de la gobernanza digital
- Julio Alberto Martinez Cisneros
- 10 dic
- 4 Min. de lectura

Hay momentos en que la historia parece cambiar de idioma. Durante décadas, el Estado mexicano habló en el lenguaje de la verticalidad: órdenes que bajan, datos que suben, decisiones que se concentran en un punto remoto, mientras el territorio late con urgencias propias que pocas veces encuentran cauce en la gran maquinaria federal, o incluso en el propio quehacer estatal o municipal, con las mismas estrucutras verticales, pero un área de demarcación territorial menor. Sin embargo, en los últimos años ha comenzado a surgir un idioma distinto, más cercano a las personas, más horizontal y democratizado, y en resumen, más atento a los matices de la vida social. Ese idioma es el de la gobernanza digital, y uno de sus escenarios más reveladores es, sin duda, la salud pública.
Hablar hoy de gobernanza digital es hablar de la capacidad del Estado para tejer redes entre instituciones, personas y tecnologías, y hacerlo de un modo tan natural como el flujo de la propia vida. Como señala la CEPAL, reducir la transformación digital a la adopción de herramientas tecnológicas es un error frecuente; la digitalización verdadera “no es un ejercicio técnico, sino político, organizacional y cultural” (Naser, 2021, p. 11). Esa afirmación adquiere especial profundidad cuando se piensa en la salud: un campo donde los datos salvan vidas, donde la información es tan urgente como los antibióticos, donde la rapidez de un diagnóstico depende, muchas veces, de la rapidez del Estado.
La salud, por su naturaleza interdependiente, revela con claridad lo que está en juego. Ninguna institución puede sostenerse sola: la vigilancia epidemiológica depende de los laboratorios; la atención de urgencias, de las redes hospitalarias; la continuidad del cuidado, de la interoperabilidad entre niveles de atención; las decisiones clínicas, de la integridad de los datos. Por eso la gobernanza digital no llega como una moda de "innovación administrativa", sino como una respuesta necesaria a la complejidad crecientemente interoperante del sistema.
Se podría decir que es la manera en que el Estado reconoce, por fin, que su propio cuerpo funciona como una red: órganos distintos, funciones distintas, pero una sola vida.
Ese Estado en red contrasta frontalmente con nuestro estado fedralizado tradicional, tan jerárquico, tan rígido, tan centrado en la autoridad vertical. Pero la contradicción es más aparente que real. El federalismo mexicano siempre ha presumido autonomía estatal, aunque en la práctica ha operado bajo un centralismo operativo que limita la innovación local y fragmenta la información. La gobernanza digital no busca dinamitar esa estructura; más bien la interpela, la tensiona y la invita a convertirse en algo nuevo: un federalismo inteligente, donde la colaboración pesa tanto como la jerarquía, y donde el valor público se produce entre nodos de gobernanza, y no desde un vértice.
La CEPAL subraya que la gobernanza digital se construye sobre coordinaciones horizontales, decisiones compartidas y sistemas capaces de intercambiar datos con seguridad y sentido estratégico (Naser, 2021). En salud pública, esa horizontalidad no solo mejora la eficiencia: democratiza el diálogo. Cuando la información deja de estar encerrada en silos burocráticos y se convierte en un bien público, aparece un fenómeno profundamente democrático: más actores pueden deliberar, cuestionar, proponer, corregir. La evidencia se vuelve accesible y, con ello, el debate público se hace más plural, más informado, más vivo.
La democratización del diálogo sanitario no depende solo de la apertura de datos, sino de la arquitectura institucional que los sostiene. La propuesta de la CEPAL pone especial énfasis en diseñar el Estado desde su propósito y su relación con la ciudadanía, no desde su organigrama (Naser, 2021). En ese diseño, la salud se vuelve un espacio donde la ciudadanía observa y participa con nuevas herramientas: tableros de vigilancia, portales de transparencia, consultas públicas, plataformas de participación, seguimiento digital de políticas, trazabilidad de decisiones. Lo que antes ocurría entre paredes ministeriales ahora puede abrirse a un escrutinio social más amplio.
Pero quizás la mayor virtud democrática de la gobernanza digital es que redistribuye el poder. No quita autoridad, pero la modula. No elimina la rectoría federal, pero la obliga a dialogar. No desaparece la figura del experto, pero lo invita a relacionarse en un ecosistema más abierto. En palabras de la propia CEPAL, la gobernanza digital “depende de la calidad de las interacciones entre los actores” (Naser, 2021, p. 14). Esa afirmación encierra una revolución silenciosa: deja de importar únicamente quién tiene el poder formal, y empieza a importar cómo ese poder se coordina, se comparte y se legitima.
En un país donde las desigualdades en salud siguen siendo una herida abierta, avanzar hacia un modelo de gobernanza digital puede convertirse en un acto profundamente democrático. La tecnología, entonces, deja de ser un fin y se convierte en un puente: un puente entre los niveles de gobierno, entre instituciones y ciudadanía, entre la información y la vida real de las personas.
Quizá esa sea la mayor enseñanza de este momento histórico: cuando el Estado se piensa como red, la salud pública deja de ser un asunto de expertos y se convierte, de nuevo, en un asunto de todos.
Referencias
Naser, A. (2021). Gobernanza digital e interoperabilidad gubernamental: Una guía para su implementación. CEPAL.



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